viernes, 12 de noviembre de 2010

Discriminación por género, una problemática actual.

¿Que es?
La discriminación de género o sexismo es un fenómeno social, puesto que son necesarias representaciones de ambos sexos para que pueda darse esta situación: no existe una igualdad de género a partir de la cual denunciar la discriminación o desigualdad. Al contrario: la base de este fenómeno es la supuesta supremacía de uno de los géneros.
Mientras que el término “sexo” hace referencia a las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, “género” describe los roles, las funciones, los derechos y las responsabilidades establecidas por la sociedad y que las comunidades y sociedades consideran apropiados tanto para los hombres como para las mujeres. Esta serie de supuestos, construidos a partir de las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, crean las identidades de género y contribuyen, a su vez, a la discriminación de género.
Al tratarse de una elaboración social, el género es un concepto muy difuso. No sólo cambia con el tiempo, sino también de una cultura a otra y entre los diversos grupos dentro de una misma cultura. En consecuencia, las diferencias son una construcción social y no una característica esencial de individuos o grupos y, por lo tanto, las desigualdades y los desequilibrios de poder no son un resultado “natural” de las diferencias biológicas.
Los diferentes espacios donde la persona se desenvuelve en su niñez, adolescencia y juventud sirven como fuente para la interiorización de estereotipos de género, el refuerzo a normas de conducta y la formación de actitudes hacia otros géneros que van a contribuir a la construcción psicológica de la identidad, la cual toma gran parte de su constitución de la identidad de género.

Discriminación por género en Argentina:

En Argentina las mujeres sufren discriminación en diversos aspectos de su vida, la falta de igualdad entre hombres y mujeres es una realidad.

El Secretario General de las Naciones Unidas decía que "la generalización y el alcance de la violencia contra la mujer ponen e manifiesto el grado y la persistencia de la discriminación con que siguen tropezando las mujeres,. Por consiguiente, sólo se puede eliminar tratando de eliminar la discriminación, promoviendo la igualdad y el empoderamiento de la mujer y velando por el pleno ejercicio de los derechos humanos de la mujer."

Amnistía Internacional exige al Estado argentino que tome medidas concretas con un plan de igualdad de género que promueva una real paridad entre hombres y mujeres y tome medidas que aseguren a las mujeres el acceso a sus derechos de vivir una vida sin discriminación, no sufrir violencia, tener el debido acceso a una educación, a sistemas de salud, a un trabajo digno y a los demás derechos que posee.

Discriminación por género en el mundo:

En 1979, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer. Fue un enorme avance, y ha habido progresos en muchas áreas. Sin embargo, las metas de la convención están muy distantes de haberse cumplido, y la situación no da para triunfalismos.

Esto es lo que reflejan los siguientes episodios : el arresto de 33 mujeres iraníes por iniciar una campaña para reclamar contra las leyes discriminatorias en vigor.

Según ellas, la vida y las opiniones de una mujer tienen un valor mucho menor. Así, el testimonio de una mujer ante la justicia vale la mitad que el testimonio de un hombre. Si una mujer es asesinada, la compensación a su familia es la mitad de la que correspondería si la víctima fuera un hombre. Las mujeres no tienen derechos iguales en materia de divorcio, custodia y herencia.

También indica los atrasos la reciente negativa inicial de altos niveles públicos del Japón de reconocer el hecho, históricamente demostrado, del rapto de 200.000 mujeres de China, Taiwan, Corea del Sur y Filipinas, entre otros países, para ser convertidas en esclavas sexuales del ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial. Muchas de ellas quedaron sin posibilidades de tener niños y nunca pudieron conformar familias. "Queremos una disculpa gubernamental para recuperar nuestra dignidad" dijo Jan Ruff O Herne, de 84 años, cuando testimonió sobre el tema ante el Congreso norteamericano.

Los progresos han sido muchos y significativos, pero falta un largo camino.

Persisten la discriminación en la educación, el trabajo, el hogar y la política.

Por cada 100 niños que no reciben enseñanza primaria, hay 115 niñas que no van a la escuela. En el mundo en desarrollo, sólo el 43% de las niñas en edad de hacerlo van a la escuela secundaria. Ello va a impactar severamente sus hogares. Los hijos de madres que no completaron la primaria tienen, por lo menos, dos veces más posibilidades de no completarla tampoco.

Las relaciones en el interior de las familias están incididas por tendencias como el machismo y la violencia doméstica. Llevan, con otros factores, a excluir a las mujeres de decisiones clave. Nuevamente, los costos los pagan los niños. Según la Unicef, si los hombres y las mujeres tuviesen la misma influencia en la toma de decisiones habría 13.4 millones menos de niños desnutridos en Asia meridional. El peso mayor de las mujeres en las decisiones se refleja en mejoras netas para los niños: aumentan sus tasas de supervivencia, se beneficia su situación alimentaria y su asistencia a la escuela.

La discriminación laboral sigue siendo importante. El salario mínimo de la mujer es menor en un 20% que el del hombre en las diversas regiones. También es más frecuente que trabajen en la informalidad sin protección social alguna. Si bien ha habido avances importantes en su participación política, la presencia femenina en estas áreas sigue siendo muy baja. Son mujeres sólo un 17% de los parlamentarios del mundo, un 14% de los ministros y el 6% de los jefes de gobierno.

Discriminación por género en la escuela:

La escuela es un espacio de socialización muy influyente en la formación de actitudes y en el desarrollo de la personalidad, representa el proceso educativo escolar.

La escuela es el escenario privilegiado del desarrollo humano porque permite al niño y a la niña su primer contacto con la autonomía, la cual puede retardarse por influencia de los padres, profesores, pares y por ellos mismos. La escuela reforzará en el niño y la niña aquellas conductas socialmente convenidas que reflejan la cultura predominante.
En nuestro país predomina una cultura machista que promueve la desigualdad entre hombres y mujeres, es por ello que los refuerzos sociales, en cuanto al rol de género, se ven muy influidos por esta característica. La actividad educativa que muchas organizaciones de la sociedad civil y el estado vienen desarrollando está produciendo un cambio en la forma de percibir el rol de la mujer en la sociedad, destacándose desde hace varios años que el cambio en la percepción del rol de la mujer ha cuestionado el rol del varón,sin embargo la desigualdad en cuanto a la educación de las niñas se mantiene, lo cual se refleja claramente en las estadísticas del sector educación, la atención prestada a la formación que la niña recibe en la escuela es bastante superficial.

La discriminación escolar es el rechazo a la heterogeneidad y diversidad en el comportamiento escolar.La discriminación escolar forma parte de la vida cotidiana institucionalizada, pocas veces abordada por los profesores, por formar parte del "folklore" escolar, disminuyendo su importancia; desconociendo que existen consecuencias impredecibles por el daño psicológico ocasionado.

Entre las principales formas de discriminación escolar tenemos:

Diferencias físicas:
•Burlas e insultos a aquellos alumnos que presentan características físicas relevantes (gordura, delgadez, cojera, entre otros).
•Burlas y exclusiones a alumnos y alumnas que presentan rasgos raciales minoritarios.
•Abuso en contra de alumnos menores.

Diferencias psicológicas:
•Burlas y agresiones a los alumnos tímidos, opacados.
•Burlas y agresiones a los alumnos que no manejan símbolos y códigos de la cultura escolar.

Diferencias basadas en el género:
•Burlas y abusos en contra de las mujeres.
•Burlas, abusos y agresiones en contra de los alumnos y alumnas señalados como "maricones" y "machonas".

Diferencias económicas y socioculturales:

•Exclusión y burlas en contra de alumnos pobres.
•Burlas contra alumnos con diferentes rasgos culturales

La discriminación por género en la escuela tiene como protagonistas a los alumnos, alumnas, profesores y profesoras, estos últimos no protagonizan las etapas previas que originan la construcción psicológica del género pero son responsables de la mayor cantidad de refuerzos sociales que estas construcciones van a recibir. Los protagonistas de la discriminación por género cumplen un doble rol, bien como discriminadores o bien como discriminados.

La mayoría de profesores promueven la inequidad de género entre los alumnos, tanto al momento de transmitir mensajes como al momento de tomar decisiones. Por ejemplo, en muchas clases se toca el tema del amor como una suerte de adoctrinamiento a las alumnas, mientras que cuando se habla de inteligencia y heroísmo, se ponen ejemplos exclusivamente de varones.

Se sabe que entre las niñas de edad escolar(6-14 años) un 18 por ciento se dedica al cuidado del hogar (15 por ciento en las áreas urbanas y 22 por ciento en las áreas rurales); mientras que para los niños esta responsabilidad se presenta sólo en cinco casos de 100.

Zella Luria (1998) señala que no sólo se aprende la identidad genérica a temprana edad, sino que se defiende y se llega a amar, ante lo cual nos presenta la siguiente reflexión:

Los niños muy pequeños muchas veces no nos comunican directamente sus fuentes de orgullo personal, pero podemos llegar a conocerlas con solo examinar qué tipo de cosas los ofende: quizás el primer insulto sea el de sugerirle a una niña que es realmente un muchacho, o el de decirle a un niño que en realidad es niña.
Es muy preocupante que en este contexto ocasionado por un proceso evolutivo natural se produzca el maltrato por género, es decir, el maltrato dirigido a niños, niñas, adolescentes y jóvenes en el contexto escolar por su identidad sexual y genérica.


Discriminación por género y medios de comunicación (Explorando estereotipos):
Pensar en las relaciones de género es pensar en cómo la sociedad construye formas culturales de lo que es “masculino” y “femenino”. La sociedad y su matriz cultural transforman el dimorfismo sexual arraigado en lo biológico en los parámetros y estereotipos del género.

“el concepto de género se refiere a las múltiples diferenciaciones de los cuerpos que ocurren en el espacio sociocultural”.

Mas allá de las diferentes características culturales y posicionándonos en un teórico relativista; podemos afirmar que hay ciertas regularidades en torno a la masculinidad y la feminidad producto de la mediación cultural. La cultura construye estereotipos expresados en comportamientos, sentimientos, pensamientos y fantasías que están relacionadas con los sexos. Las publicidades, en este sentido, expresan parte de estas representaciones sociales de cada uno de los géneros y sus relaciones.

La influencia de los medios de comunicación en la discriminación por género es muy fuerte, y con el transcurrir de los años se está convirtiendo en determinante dentro del proceso educativo de las personas.

Los medios de comunicación se han vuelto patrones de verdad y falsedad en la vida de muchas personas, por lo que su espacio debe aprovecharse para transmitir educación de manera entretenida, esto porque la percepción de la televisión y otros medios de comunicación como fuentes de entretenimiento es muy arraigada. Los medios de comunicación contribuyen a que los miembros de la comunidad interioricen estereotipos que dañan la equidad de género.

La sociedad asigna diferentes roles y prescribe comportamientos morales entre los hombres y las mujeres. Sobre lo que la sociedad concibe como lo “masculino” y lo “femenino”. Desde una perspectiva psicológica podemos afirmar que la identidad sexual construye la psiquis del sujeto en sus aspectos auto perceptivos y del llamado amor propio.

En la publicidad de Fernet Cinzano se quiere mostrar una “masculinidad apropiada, la presentación, o , del papel de varón” . Gilmore nos demuestra situaciones de la masculinidad problemática en diferentes sociedades no capitalista. Desde pruebas de destreza y resistencia, hasta flagelos públicos son avatares que deben atravesar los jóvenes para hacerse “hombres”.

“Los hombres de Truk están obsesionados con su masculinidad…., desafían a la suerte saliendo a pescar con arpón en frágiles piraguas en aguas infectadas de tiburones, y dando muestras de despreocupación temeraria. Si algún hombre se echa atrás, sus compañeros, hombres y mujeres, se burlan de él, tildándole de afeminado”

Otro ejemplo de sexismo publicitario se puede ver en un comercial de Brahma (video II) donde el consumismo capitalista está relacionado al machismo dejando a las mujeres como simples objetos sexuales sin ningún tipo de dignidad y sentimiento. “Soy tuya, Son mías” nos permite ver claramente este concepto de la masculinidad como algo publico que expone Gilmore. Superar la célula narcisista y lograr una identidad independiente definida como masculina por la cultura, es la tarea del niño. El “son todas mías” implica defender esta masculinidad e invita a pensar en que un “hombre no nace, sino que se hace”


Para entender cual es la base de los estereotipos en torno a la feminidad debemos ir a la raíz de la relación entre el sexo y el género. La afirmación individual de la identidad sexual de una mujer no puede ser desligada de su rol en nuestra especie. Las relaciones entre los géneros son desiguales y se naturalizan las diferencias biológicas. Se establecen relaciones de poder y de subordinación entre los hombres y las mujeres; y en este sentido son las relaciones de género elementos constitutivos de las relaciones sociales de producción en nuestra sociedad. Simone de Beauvoir sostiene que la hembra esta enajenada porque el interés de la especie la condiciona. La mujer de especializa biológicamente en la reproducción de la sociedad, de la propia especie.

“la mujer, como el hombre es su cuerpo; pero su cuerpo es algo distinto de ella misma”

La cultura subordina a la mujer en su relación con la biología y la aliena individual y socialmente. No encontramos una publicidad específica, pero tanto en las de elementos de limpieza, de cocina, de jabones en polvo como las tantas de “Mama Lucchetti” se evidencia como sobre esta desigualdad se construye un andamiaje de responsabilidades y roles sociales que la mujer está obligada a cumplir. Está doblemente explotada. Como trabajadora, pero también como la responsable de la reproducción de la especie. Debe trabajar como madre y como el sostén del hogar. Este estereotipo está arraigado en el lenguaje popular de los chistes e imágenes dentro de las publicidades.

Por otro lado las mujeres son retratadas cumpliendo roles exageradamente sensualizados, como es el caso de las vedettes, que aceptan "trabajitos" para hombres ricos, que salen con futbolistas, la vedette se constituye como el objeto deseado por los hombres, es el "premio mayor", la que sólo está para satisfacer la sexualidad masculina; éste es un prejuicio muy antiguo que sobrevive a través de este tipo de manifestaciones.

Otra representación popular de las mujeres es la de madre maltratada, la que murió víctima de los "derechos del marido", la que sufre por el "marido insatisfecho". Así se presenta con total normalidad un rol pasivo ante los maltratos físicos y psicológicos.

Las instituciones sociales que transmiten ideas, dentro de las que se inscribe la escuela, cumplen un papel fundamental en la constitución del sistema de relaciones de género, ya que procesan permanentemente significados y valores. Uno de los medios principales para ello es la naturalización de sucesos recurrentes. Por ejemplo, se afirma que es natural que las mujeres sean sensibles . En la historieta de Maitena lo vemos claramente expresado. Las mujeres deben ser expresivas, comunicativas, “más fáciles”. Se oponen al hombre como un ser mas tosco, agresivo o primario.


La influencia de estas imágenes es muy grande en la escuela, ya que la búsqueda de ídolos juveniles hace que los chicos y chicas conozcan estos casos de los medios, que como se planteó líneas arriba, se constituyen como fuente de verdad para muchos miembros de la comunidad.

Entendemos que los medios de comunicación pueden y deben hacer un aporte fundamental a construir un cambio cultural en nuestro país, basado en el reconocimiento y respeto a la orientación sexual e identidad de género de todas las personas.


Hacerse hombre: función social de la virilidad


Para Goldberg y para Moore y Gillette, la masculinidad es explicable ya sea
por una supuesta universalidad inherente a las sociedades o por una universalidad de carácter intrapsíquico. Estas propuestas ahistóricas, por tanto, parten del supuesto de que ser hombre es una especie de esencia. Para otros/as, hay que explicarla más bien a partir de los contextos culturales en que surgen.
Para el antropólogo David Gilmore, en su estudio “Hacerse hombre:
Concepciones culturales de la masculinidad”, diferentes culturas alrededor del mundo piden a los varones que actúen como “hombres de verdad”, adoptando una “doctrina viril del logro”, que es una “virilidad bajo presión” (Gilmore;1994:215). Se trata de una virilidad que condiciona a los hombres a la lucha en condiciones adversas y precarias para sobrellevar la escasez de recursos y que es fomentada para contrarrestar el “impulso universal” de huir ante el peligro. Así, a mayor escasez, mayor énfasis en la virilidad (ídem: 219). Se trata de un código de conducta que promueve la supervivencia de la colectividad (ídem: 217).
Para este autor, más que de “universalidad”, habría que hablar de tendencias y paralelismos en la “imaginería masculina”. Esta afirmación podría sustentarse, por una parte, en una constatación empírica y, por otra, en los supuestos teóricos que sirven de punto de partida a Gilmore. Respecto del primer aspecto este autor encuentra que, en la mayoría de sociedades, para ser un hombre “uno debe preñar a la mujer, proteger a los que dependen de él y mantener a los familiares”

Para explicar estas semejanzas, sus supuestos teóricos parten
de “la manera en que la dinámica intrapsíquica se relaciona con la organización social de la producción” (Gilmore; 1994: 16). En primer lugar, el impulso “intrapsíquico” universal a huir, impediría que los hombres cumplan con los requerimientos exigidos socialmente. Por ello este impulso es contrarrestado gracias a la construcción de la
virilidad. La virilidad está llamada a rendir según las necesidades de supervivencia de la comunidad (expresada en la tríada anterior), lo que depende de la resolución de los aspectos productivos en el marco de la adversidad y la escasez, lo cual entraña una desigual posición de poder entre hombres y mujeres.
Gilmore busca factores comunes en la virilidad de los hombres en diferentes
culturas. Pero, a diferencia de la postura de Moore y Gillette, considera dudoso que exista una estructura profunda de la masculinidad o un arquetipo global de la virilidad, pues existen evidencias de que no todas las sociedades actúan según el canon de virilidad bajo presión. Este sería el caso de los semai y los tahitianos (Gilmore;
Mientras los semai hubieran encontrado que huir del peligro es una conducta que permite sobrevivir, los tahitianos no habrían contado con una escasez que impulsara a la sociedad a construir la virilidad. En este caso, la noción de género deja de ser relevante, en tanto no existen grandes distinciones entre la identidad de hombres y mujeres, como tampoco en el desempeño de los roles. Gilmore pondría en evidencia que ser marido, padre, amante, proveedor y guerrero, lejos de depender de una estructura arquetípica sin historia y sin contexto, es más bien una demanda social que puede variar. Se trata de un artificio de la cultura.
El autor señala que su enfoque es “funcional”, pues argumenta que “los
ideales masculinos representan una contribución indispensable tanto a la continuidad de los sistemas sociales como a la integración psicológica de los hombres a su comunidad”. Estos fenómenos son parte del “problema existencial del orden que todas las sociedades deben resolver animando a los individuos a actuar de cierta forma que faciliten tanto el desarrollo individual como la adaptación del grupo. Los papeles de cada sexo constituyen una de esas conductas de resolución del problema”
(Gilmore)
Ahora bien, ¿es posible cambiar esta virilidad orientada por el logro?, o como plantearía el mismo Gilmore, “¿Significa que nuestra masculinidad occidental es un fraude innecesario y prescindible, como afirman algunas feministas y ciertos defensores de la emancipación del hombre? ¿Estamos preparados para deshacernos de ella?” La fuerte influencia funcionalista de este autor le llevaría a concluir que “mientras halla batallas por ganar, alturas por escalar y trabajo duro por hacer, algunos de nosotros tendremos que «actuar como hombres»”.De su planteamiento se derivaría que, en la medida que la virilidad sea una construcción altamente funcional, se manifiesta como una construcción necesaria, al menos hasta que las condiciones sociales cambien. Sin embargo, la trampa de esta conclusión radica en que, para que las condiciones cambien, es necesario que se constituyan sujetos sociales que impulsen transformaciones y que realicen rupturas.

Habría que señalar que el punto de partida sobre la construcción social de
la masculinidad es el mismo supuesto que está a la base de la propuesta feminista de Simon de Beauvoir, quien planteó en 1949, respecto de la feminidad, que “no se nace mujer, una se convierte en mujer”. De manera análoga, el supuesto de fondo de los estudios que a continuación reseñaremos es que el hombre no nace, se hace.
Michael Kimmel, por ejemplo, considera “a la masculinidad como
un conjunto de significados siempre cambiantes, que construimos a través de nuestras relaciones con nosotros mismos, con los otros, y con nuestro mundo”. Es precisamente el carácter relacional de la masculinidad lo que le brinda su carácter de género.Efectivamente, tanto la masculinidad, como la feminidad, son construcciones relativas, su construcción social sólo tiene sentido con referencia al otro (Badinter; 1993: 25-26).
En tanto histórica, “la virilidad no es ni estática ni atemporal” (Kimmel)

Efectivamente, y como hemos visto, hay que tener en cuenta que
tradicionalmente las relaciones de poder han implicado en la cotidianidad una disputa del significado de ser hombre frente a otros hombres, ya sea para recrear el patriarcado o para buscar formas alternativas. Debe tenerse en cuenta que, en el marco de tales relaciones de poder, las masculinidades culturalmente dominantes son referentes que apelan a los individuos a calzarse a sí mismos dentro de las expectativas culturales.
Michael Kaufman (1997: 67) ha sostenido, en un sentido similar, que el poder es visto por los hombres no sólo “como una posibilidad de imponer el control sobre otros y [sino también] sobre nuestras indómitas emociones”.


Tambien tenemos a la autora Graciela Di marco que nos propone una reflexión sobre:
... las relaciones de autoridad y poder entre mujeres y varones, y el reconocimiento y puesta en práctica de los derechos de la infancia, en un marco que promueve la articulación entre la ética del cuidado/responsabilidad y la ética de la justicia. La vinculación entre ambas tiende a una concepción integral que considera a los sujetos de derecho en interrelación (Tronto, 1994; Shakespeare, 2000; Shanley, 2001) 1. A partir de la idea de ampliación de ciudadanía y democratización, se procura desentrañar los discursos hegemónicos de familia y de infancia, de relaciones de género y autoridad, de concepciones sobre la feminidad y la masculinidad que generan desigualdades.

El propósito es contribuir a la búsqueda de estrategias para evitar o mitigar la incidencia y reproducción del autoritarismo y la violencia, tanto dentro de las familias como en las relaciones sociales en general, promoviendo una convivencia basada en el respeto de los derechos y en el cumplimiento de responsabilidades, en un marco de cuidado y de interdependencia mutuos. Las prácticas autoritarias pueden derivar con facilidad en situaciones de abuso y violencia hacia los más débiles, en general mujeres y niños. El abuso es decir, el uso indebido y excesivo del poder tiene un núcleo central: el desdibujamiento del otro como sujeto. El individuo que ejerce algún grado de autoritarismo o maltrato verbal, emocional o físico suele ser una persona adulta, marido o padre .

Para ello, se coloca el acento en la dimensión política de las relaciones de género y en la necesidad de establecer una reflexión crítica sobre los valores y las costumbres culturalmente arraigados y sostenidos durante siglos (sistema patriarcal). Se trata de reconocer la importancia de un sistema de autoridad democrático, revisando las relaciones de autoridad entre hombres y mujeres y entre adultos y niños.

Relaciones de género y de autoridad

Siguiendo a Scott (1986), considero las relaciones de género como campo primario de articulación del poder. Por lo tanto, un tema central en las relaciones entre varones y mujeres es la posibilidad desigual de ser considerado/a como autoridad. Generalmente este lugar le es otorgado al varón, mientras que las mujeres suelen ejercer poder sin ser reconocidas como autoridad . Estas diferencias en la asignación de la autoridad remiten a un sistema de género que establece una relación jerárquica entre hombres y mujeres, ordenamiento apoyado en discursos que lo legitiman y naturalizan. El concepto de patriarcado forma de autoridad basada en el hombre/padre como cabeza de familia, con la mujer y los hijos subordinados a su autoridad resume las relaciones de género como asimétricas y jerárquicas.

La autoridad, concebida como legitimidad del poder, es el reconocimiento por parte del grupo hacia quien o quienes tienen poder (Weber, 1964): la gente reconoce y obedece voluntariamente a quienes la conducen. O, en palabras de Sennett (1980): la autoridad significa un proceso de interpretación y de reconocimiento del poder. En los sistemas de autoridad tradicionales, la relación entre el que manda y el que obedece no se apoya en una razón común ni en el poder del primero. Lo que tienen en común es el reconocimiento de la pertinencia y legitimidad de la jerarquía, en la que ambos ocupan un puesto definido y estable (Arendt, 1954, 1996).

Los discursos acerca del poder de hombres y mujeres se construyen sobre la desigualdad de las relaciones entre los géneros, de tal modo que la legitimidad del poder de las mujeres queda oscurecida, no reconocida o confinada a ser un poder en el mundo de los afectos, ámbito considerado como el lugar de la feminidad.

Autoridad y relaciones familiares
El hilo conductor que guía estas reflexiones es el de la relación entre poder/autoridad, conflictos y cambios. Los conflictos son muy buenos analizadores de las relaciones sociales en general y, en este caso, de las de género y autoridad; pues aunque no sean explícitos están develando, a través de alguna estrategia discursiva, las oposiciones que están vinculadas con relaciones de dominación. Al establecer un continuo entre poder y autoridad, conflicto y cambio, es que pensamos que se pueden jugar alternativas de negociaciones u otros mecanismos que favorezcan el diálogo y el debate, y conduzcan a desmantelar el autoritarismo y a ejercer la autoridad transformando las relaciones familiares.

La autoridad otorga seguridades, protege, confirma a los otros. Se construye con actos mutuos de delegación, de protección. La posibilidad de generar en algunos ámbitos una práctica de autoridad más flexible, donde el lugar de quien decide sea asumido a veces por un sujeto y a veces por otro, de acuerdo con las circunstancias, significa que no siempre la autoridad deba delegarse en una sola persona 4. La promoción de un discurso abierto por el cual se pueda enunciar la propia voz permite revisar las decisiones que llegan desde arriba de la pirámide y dar poder a los de abajo. Así como se exige que en el ámbito público las autoridades sean legibles y visibles para construir confianza, solidaridad y democracia, también esto es exigible en la vida cotidiana. El conflicto puede ayudar a transformar la autoridad: en la medida en que se vuelven a pensar las normas, la autoridad es desmitificada por el mismo grupo social, que de este modo muestra sus falencias, deconstruyéndola y construyendo nuevas autoridades (Sennett, 1980).

A menudo, no se considera la autoridad como una relación transformable sino rígida, naturalizada. En cambio, el acercamiento, la conversación, las preguntas acerca de las razones de las reglas, permiten transformar y reconstruir la autoridad. Esto no significa negarla. Revisar la legitimidad de las autoridades naturalizadas o tradicionales es lo que permite construir otras.

La familia ha sido la institución patriarcal clave como generadora de relaciones autoritarias y desiguales, basadas en las diferencias de edad y género. Su democratización implica el pasaje a una forma de convivencia basada en el reconocimiento de derechos y responsabilidades, donde los padres y las madres protegen, guían, ponen límites y los hijos, en ese marco, desarrollan sus capacidades hacia la autonomía y la interdependencia, incluyendo el derecho a opinar y decidir.

La posibilidad de repensar los modos autoritarios de relación familiar, que someten a niños, niñas y mujeres y facilitan el desarrollo de más violencia en una escalada en la que todos y todas se involucran, es una forma de comenzar a replantear el desarrollo de otras relaciones autoritarias . La democratización de las relaciones de familia puede retroalimentar la democratización de las instituciones próximas a la vida cotidiana.

Poder, autoritarismo y violencia
Actualmente algunos grupos familiares están abriendo procesos de negociaciones que cuestionan las relaciones de poder y autoridad, lo cual puede indicar que estarían en crisis los acuerdos que legitiman la desigualdad entre hombres y mujeres y se estarían problematizando los discursos legitimados de las viejas prácticas patriarcales. Si bien algunos de estos procesos, frecuentemente iniciados por las mujeres, están en marcha, existen grupos familiares donde aún predominan las formas tradicionales de vinculación y la manera de dirimir los disensos, explícitamente o no bajo el poder del padre u otro varón de la familia. Dada esta situación, nos parece central para la democratización de las relaciones familiares reflexionar acerca de modos de enfrentar los conflictos a través de negociaciones que contemplen la desigualdad de género en las que se inscribe. Así es que se habla de mesas de negociación desparejas, en virtud del poder y autoridad de unos y otras.

Negociaciones y democratización de las familias

Los cambios de las pautas de convivencia y el reconocimiento de las mujeres y de los hijos e hijas como sujetos de derechos en la dinámica familiar están indicando procesos democratizadores. Muchos de ellos son el resultado de negociaciones en la vida familiar.

Las negociaciones son procesos de mutua comunicación para lograr acuerdos cuando hay algunos intereses compartidos y otros opuestos. Se trata de discutir normas, acordar nuevas formas de interacción en algún aspecto de la vida de relación y/o asignaciones de recursos simbólicos o materiales. Son procedimientos de discusión que tienen como objetivo conciliar puntos de vista opuestos. Las negociaciones se realizan cuando el acuerdo no es evidente, y cuando los protagonistas en desacuerdo intentan encontrarlo.

La desigualdad de género dificulta la negociación por varias razones: las expectativas de género inciden negativamente en muchas mujeres a la hora de sostener sus deseos y objetivos y transformarlos en intereses. A muchos hombres les cuesta escuchar los deseos y los intereses de las mujeres. Las diferencias de recursos entre hombres y mujeres pueden plantear una gran dependencia económica, generalmente de las mujeres. Muchas sienten que su condición femenina las aleja de la posibilidad de negociar y prefieren ceder espacios y aspiraciones legítimas, ceder antes que negociar para mantener la armonía del hogar (Coria, 1998). Por estas razones, históricamente las mujeres han desarrollado múltiples formas para conseguir sus objetivos a través del no decir, del silencio, como disfraz de prácticas no autorizadas para el género femenino. Las tretas del débil, que se han constituido en tácticas de resistencia como señala Josefina Ludmer, dejan a las mujeres menos expuestas a la crítica en la lucha por sus necesidades, aunque simultáneamente les impiden lograr un reconocimiento explícito de sus derechos. Consecuentemente, es posible que obtengan algunos logros para ser más tenidas en cuenta, pero los demás no los evalúan como consecuencia de la negociación. O, por otra parte, pueden fracasar, lo que implica volver a la situación inicial sin ninguna posibilidad de modificar la situación.

En el espacio de negociación cada persona es portadora de sus necesidades, intereses y metas, ligadas tanto a la situación puntual como a situaciones previas, de su propia historia personal y familiar, modeladas por expectativas que van más allá de lo personal, derivadas de posiciones que ese sujeto ocupa socialmente, ya sea en la esfera privada como en la pública. Las negociaciones son complejas, más cuando se dan en un marco de desigualdad y subordinación. Si se parte de verdades naturalizadas acerca del sistema de género y de autoridad, las negociaciones tendrán lugar en una situación de inequidad, en una mesa despareja.

Los mecanismos de negociación entre varones y mujeres, para contribuir a superar la desigualdad, deben cuestionar la naturalidad de la desigualdad de autoridad y de recursos. La dominación masculina se legitima a partir de prácticas y discursos que hombres y mujeres toman como naturales y reproducen en la vida social. El poder simbólico construye a dominadores y dominadas, que se inclinan a respetar, admirar y amar a los que tienen el poder. La ruptura de esta relación de autoridad naturalizada, requiere una acción política para el logro de la transformación de las relaciones entre los sexos y el ocaso del orden masculino (Bourdieu, 2000). Esto significa no reconocer y resistir la legitimidad del poder de dominación de género.

Para construir formas de relación que no se sustenten sobre la base del silencio, la aceptación de la imposición del otro u otra, o la falta de consideración por el punto de vista de una persona, es necesario reconocer la desigualdad. Sin embargo, esto no es tarea fácil. Es preciso un proceso de desenmascaramiento de situaciones donde uno o una se encuentra en ventaja o desventaja para poder actuar en función de ellas. Para enfrentar las situaciones de desigualdad es necesario: reconocer y definir los propios intereses, sabiendo que están conectados con los de los demás; decir la propia verdad y reconocer las diferentes verdades de las otras personas involucradas; poner sobre la mesa la desigualdad, desnaturalizarla; no aceptar las situaciones definidas por costumbre o tradición, ya que al enmascarar las injusticias, se contribuye a perpetuarlas; expandir las posibilidades de resolución de los conflictos, cuando sea posible; mantener el diálogo, pero dar tiempo para que se procesen los intereses y necesidades de las partes; saber cuándo y cómo dejar la negociación si es imposible llegar a acuerdos (Beck Kritek, 1998).

A modo de conclusión
El discurso hegemónico acerca de las relaciones de género, aun con su enorme fuerza simbólica, se encuentra fracturado en la mayoría de las sociedades occidentales, y esto trae como consecuencia el desarrollo de procesos conflictivos que posibilitan el cuestionamiento del autoritarismo en las relaciones familiares.

Las negociaciones democratizadoras permiten la transformación del discurso familiar. Según nuestras investigaciones, son en su mayoría producto de las prácticas de las mujeres por adquirir reconocimiento y control en ciertos aspectos de la vida familiar, y son acompañadas por razonamientos que sustentan sus deseos y sus derechos a iniciar algunos cambios. Estos argumentos constituyen lo que denomino discurso de derechos. En trabajos anteriores lo he definido como las explicitaciones de las prácticas transformadoras que realizan las mujeres en el proceso de constituirse como sujetos: las luchas para adquirir mayor estima de parte del marido y de los hijos, para que el trabajo doméstico que realizan sea valorado, para que sus deseos de salir a trabajar o a participar en alguna actividad sean reconocidos, para que sus decisiones sean respetadas.

Para que se produzcan cambios en el discurso, además de lo que se hace, es necesario el argumento, la palabra. Es decir, que las personas expliquen por qué hacen lo que hacen, que se presenten como sujetos de derechos, aun cuando este discurso plantee contradicciones. La contradicción o ambigüedad, cuando es explicitada, abre un debate en el discurso familiar acerca de las conductas apropiadas para cada género.

Cuando las mujeres ejercen poder como resultado de negociaciones donde utilizan explicaciones tradicionales, no cambian el discurso familiar. A medida que rompen las argumentaciones tradicionales posibilitan la reconceptualización de sus representaciones de género.

Las prácticas de muchas mujeres (y también algunos varones) que resisten, cuestionan e intentan resignificar los vínculos entre los géneros nos indican las posibilidades de transformación de los modelos hegemónicos de relaciones entre sí. En la medida que en ellas se elaboran discursos que articulan la justicia y la responsabilidad interpersonal –de uno mismo y de otros y otras– permiten pensar el cuidado y las emociones como tarea y posibilidad tanto de las mujeres como de los varones. La interdependencia de los derechos y la interrelación de las personas se plasma así en el encuentro entre sujetos autónomos. Consideramos que tal desarrollo de la autonomía en relación está en la base de la ciudadanía de mujeres y varones.





Publicidades en las que podemos ver claramente la discriminación por genero: